sábado, 6 de octubre de 2012


Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan  para que no las puedas convertir en cristal, ojalá que la lluvia deje de ser el milagro que baja por tu cuerpo.
Ojalá que la luna pueda salir sin ti, ojalá que la tierra no te bese los pasos.

Ojalá que la aurora no de gritos que caigan en mi espalda, ojalá que tu nombre se le olvide esa voz. Ojalá las paredes no retengan tu ruido de camino cansado, ojalá que el deseo se valla tras de ti a tu viejo gobierno de difuntos y flores.

Ojalá se te acabe la mirada constante, la palabra precisa, la sonrisa perfecta. Ojalá pase algo que te borre de pronto, una luz cegadora, un disparo de nieve;  ojalá por lo menos que me lleve la muerte  para no verte tanto, para no verte siempre  en todos los segundos, en todas las visiones,  ojalá que no pueda tocarte ni en canciones. 

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